El poder de la música se apodera de la mente de cientos de jóvenes
que gozan de una noche de fiesta, excesos y placer. En el centro de la
pista se extiende un profundo desnivel, que la espuma que brota de las paredes
convierte en una gran pileta de burbujas. Allí, chicos y chicas se pierden
entre besos y manos que recorren los cuerpos húmedos. De golpe, una chica
surge entre la espuma: grita y llora con desesperación. A su lado yace muerto
un joven. La sangre que brota de su cuello tiñe de rojo las blancas y suaves
pompas de jabón. El pánico se adueña del lugar. Casi todos huyen despavoridos,
como reaccionaría cualquier persona ante una situación similar. Menos ellos,
que siempre están donde pocos quieren estar. Son los policías científicos de CSI:
La película.
Es posible que el éxito mundial logrado por la serie inspirada en un
equipo de investigadores del FBI esté sostenido en que sus historias despiertan
ese Sherlock Holmes que todos llevamos dentro. Pero, como suele decir
el cineasta Juan José Campanella, que en los Estados Unidos dirigió algunos
capítulos de La ley y el orden, “lo que muestran las ficciones norteamericanas
no se parece en nada a la realidad, ni siquiera a la de ellos mismos. Por eso
las cosas parecen más espectaculares.”
En algunas de esas series, pareciera que con un polvito puede
descubrirse la incógnita de un asesinato como por arte de magia. Y enseguida
se compara esa escena con lo que se suele ver en los noticieros cuando ocurre
un crimen: policías bonaerenses guardando pruebas en bolsitas.
Para los peritos científicos, el trabajo en el lugar del hecho es clave
por que la escena del crimen “habla por sí sola”. En CSI, los protagonistas
levantan las muestras, las analizan, interrogan a los testigos y atrapan al
asesino; la fórmula perfecta del héroe hollywoodense. Pero en ningún lugar
del mundo se trabaja así. Hay expertos especializados en cada tema.
El CSI criollo está compuesto por peritos, forenses y policías
científicos. Y la pregunta es: ¿por qué se cometen tantos errores? Una gran
cantidad de casos quedan impunes por impericia de los detectives. Uno de los
casos más emblemáticos es el crimen de Nora Dalmasso, cuya escena fue contaminada
por 23 personas, entre ellas el cura amigo de la familia que tapó la desnudez
de la víctima por pudor. Conocer el procedimiento que debe llevarse adelante,
con qué equipamiento cuenta la policía científica argentina, qué falta y cuáles
son las fallas más comunes, ayuda a dilucidar la respuesta.
Paso a
paso
Un crimen es un hecho histórico que debe ser reconstruido. ¿Imaginan a
un equipo de profesionales teniendo que cumplir con todos los pasos
investigativos? Imposible por la cantidad de hechos a resolver, porque no hay
persona en el mundo que haga todo a la perfección y porque la independencia de
los investigadores garantiza imparcialidad. Los primeros en llegar a la escena
del crimen son los policías de la comisaría de la zona. Ellos ingresan,
certifican el ilícito y se remiten a preservar el lugar y a los testigos, sin
tocar ni mover nada.
Los últimos en llegar serán los últimos en irse: la
Policía Científica, con todo el equipamiento: guantes de látex, reactivos,
marcadores, químicos, cámaras fotográficas y elementos de medición, entre
otros. Allí, en ese espacio que intimida, donde el silencio ensordece y la
muerte es la única protagonista, estos profesionales se mueven como pez en el
agua.
La película El coleccionista de huesos muestra a la perfección el
trabajo del veedor en las escenas en las que la actriz Angelina Jolie recorre cuidadosamente,
y en soledad, la escena del crimen. De igual manera, el policía científico se
interna en la escena. Adentro lo espera un enigma que deberá resolver. Observa
cada detalle con la paciencia de un maestro relojero. Un cuerpo, un casquillo
servido, una carta, un mantel mal puesto, un diario sin recoger, todo puede
indicar algo. Cuando ya nada queda al azar, sale y cuenta lo que vio.
–¿Cómo se selecciona a quien va a ser el que ingrese
primero?
–El elegido se caracteriza por saber leer una escena, por tener una
memoria visual fotográfica y un instinto desarrollado por la experiencia –dice
el ex jefe de la Policía Bonaerense, Daniel Salcedo, quien ha visto cientos de
escenas del crimen.
–Cuando sale, ¿por qué debe contar cada detalle?
–Cuando sale, ¿por qué debe contar cada detalle?
–En Derecho, todo debe estar por escrito. El relato debe quedar
registrado en actas. Llega el momento de los flashes. Un fotógrafo forense
registra el lugar con su lente, priorizando las indicaciones del veedor. La
fotografía está en todo el proceso y a cada paso. En algunos casos (muy pocos)
se suele filmar. En otros países es parte fundamental del protocolo.
La misma sensación que suele experimentar un futbolista cuando oye el
silbato inicial la tienen los de Científica cuando llega el momento de entrar
en la escena del crimen. Dos preguntas se adueñan sus mentes: cómo y qué pasó.
Entonces, comienza la clasificación de los indicios. Aparecen los carteles
amarillos con letras negras (para los ambientes) y números (para cada
evidencia). Este proceso es fundamental, porque de la información que se
obtenga depende la libertad o culpabilidad de una persona. En esta instancia,
nada debe darse por sentado. Para hacer más efectivo el trabajo, se utilizan
diferentes técnicas de relevamiento: lineal, cuadrícula, espiral (de lo general
a lo particular) o radial (de lo particular a lo general).
–El método se elige según el tamaño y tipo de espacio –indica Salcedo.
–¿El trabajo en la escena del crimen es el más
importante?
–Es fundamental para lograr una investigación efectiva, porque lo que no
se recopila en ese momento no se recupera. También se hacen mediciones, planos
y croquis, que luego servirán para realizar la secuencia fáctica, una hipótesis
objetiva de lo sucedido basada en pruebas científicas. Muy diferente es la
reconstrucción del hecho, que es subjetiva porque se basa en el relato de los
testigos.
En la actualidad, Mendoza y Córdoba incorporaron el escáner 3D, muy
utilizado en Europa y Estados Unidos. Cuesta entre 100 y 200 mil dólares.
“Estos equipos poseen un láser que realiza 50 mil mediciones por segundo en 360
grados y toma una foto panorámica. Todo se une con un software y así se logra
conservar la escena por la eternidad”, explica el empresario que lo
comercializa, Alejandro Runco. En otras palabras: es como tener la habitación
en una cajita de cristal para poder mirarla desde cualquier punto. La imagen en
3D sirve para certificar el relato de los testigos y reconstruir trayectorias
balísticas y la secuencia fáctica durante el juicio. “Es un equipo con el que
debería equiparse a toda policía del país”, afirma el jefe de la Policía
Científica de Mendoza, Walter Gauna.
El relevamiento de una habitación chica puede llevar entre cuatro y
cinco horas de trabajo. El segundo eslabón más frágil es la cadena de custodia.
Allí entra en juego la responsabilidad de haber preservado las evidencias en
los continentes adecuados. En este paso se registran todo los movimientos de
cada prueba. Por ejemplo, cuando se deriva a un laboratorio (balístico,
genético o informático, entre otros), un responsable debe firmar un documento.
“La cadena de custodia es fundamental, porque una bala relaciona a un
arma, y el arma a una persona”, indica Salcedo.
El cuerpo de la víctima se
deriva al departamento forense. En ese espacio aséptico, donde el hedor a
muerte suele impregnarse por días en las fosas nasales, en el que los
profesionales son los únicos capaces de hacer hablar a un muerto, se estudia el cadáver en
busca de indicios que ayuden a crear hipótesis que desentrañen el crimen. Los
muertos y la escena son capaces de responder cómo, cuándo y de qué falleció. El
trabajo de la Policía Científica es primordial. Un meticuloso relevamiento
implica resultados con los que no se puede fallar. Para eso, es fundamental que
se respete el protocolo, porque de la labor de este grupo
de personas depende que se haga justicia. O no.
Como en las películas
Hace unos años, en la investigación criminal se incorporó la figura del
perfilador criminal. Este profesional nació en Estados Unidos de la mano del
reconocido investigador y experto en conductas criminales Robert Ressler, el
padre de los términos “perfil criminal” y “asesino en serie”. Un hombre que,
trabajando para el FBI, entrevistó a asesinos seriales de la talla de Jeffrey
Dahmer (el caníbal de Milwaukee) y John Wayne Gacy (Pogo el Payaso Asesino),
entre otros. En El silencio de los inocentes, ese papel lo cumplía el
personaje de Jodie Foster, quien debía vérselas con el temible Hannibal Lecter.
Además, en la serie Criminal Minds muestran cómo trabajan los
perfiladores.
Incluso algunos forenses trabajan con un test ideado por el FBI de
aprehensión de criminales violentos.
En la Argentina es un oficio que está
creciendo. La perfiladora María Laura Quiñones Urquiza explica que “la
principal labor del perfilador es reducir el número de sospechosos, luego de
realizar un trabajo profundo sobre las pruebas, el accionar criminal y el
perfil psicológico de cada uno”. Salcedo explica en qué casos esa herramienta
resulta más eficaz:
–Es un método mucho más efectivo en casos seriales y acá hay muchos más serial
killer de los que se imaginan.
–¿Tantos?
–El asesino de niños Cayetano Santos Godino, apodado El Petiso Orejudo,
es el más recordado. Pero “serial” indica un accionar que no necesariamente
está relacionado con la muerte. Por ejemplo: un ladrón que actúa siempre de la
misma manera. Es un delincuente serial.
–¿Recuerda a alguno?
–En los noventa detuvimos en La Matanza a un ladrón al que le
descubrimos más de 12 casos. Robaba y le pegaba un tiro en el ojo a la víctima.
El tipo resultó ser tuerto. En el mundo, la pericia forense se filma. El
problema con este método a nivel local es que para la Justicia “todo debe estar
en papel”. Lo que no se tiene en cuenta es que trabajo forense equivale a
cientos y cientos de páginas con texto y fotos que muy pocos leen.
“Hay evidencia que debe ser examinada cuanto antes y otras que necesitan
un tiempo. Equivocarse en eso puede convertirse en un certificado de fracaso”,
explica un perito judicial.
También deberían incorporarse los nuevos reactivos y las fuentes
lumínicas que utilizan los cuerpos de investigaciones del primer mundo (esos
que se ven en CSI), porque lo que no se ve no significa que no esté: una
mancha de sangre lavada, un pelo en el suelo o las huellas de una pisada pueden
pasar inadvertidas. “Hay muchas cosas que el ojo no ve. Por eso, las luces
ultravioleta, alógena e infrarroja son fundamentales”, afirman los jefes
policiales.
La independencia de las bases de datos es considerada otra falencia. En
algunos países, las bases dactiloscópicas, de reconocimiento de rostro, los
registros de patentes, muestras de ADN y las cámaras de peajes y de control
urbano están interconectadas, lo que asegura una mayor efectividad a la hora de
realizar el seguimiento de un sos- pechoso. En la Argentina, eso no ocurre.
Errores que cuestan caro
Los errores no dependen sólo de los investigadores, pueden provenir de
cualquiera de los factores intervinientes. Pueden darse por inexperiencia,
imprudencia o intencionalidad. También por la mediatización de algunos hechos
pueden cometerse errores imperdonables.
Uno de los mejores ejemplos se vivió el
31 de agosto de 2011, cuando apareció el cuerpo de la pequeña Candela Sol
Rodríguez al costado de la Autopista del Oeste, dentro de una bolsa de
consorcio. Las cámaras de televisión reflejaron la negligencia del personal
policial y de políticos que querían mostrarse ante la sociedad. “Se
rompieron todas las reglas de preservación. Estaban todos contaminando el lugar
y borrando las pocas huellas que podrían haberse rescatado. Hasta se hizo algo
inexplicable: reconocer el cuerpo en el lugar. Mientras tanto, el personal
equipado hacía las veces de espectador”, recuerda Salcedo.
No respetar el protocolo policial es una de las principales causas del
fracaso en una investigación. Y ni hablar cuando intencionalmente se plantan
pruebas falsas, como sucedió con la masacre de Pompeya, que le valió a Fernando
Carreras siete años de prisión por un crimen que, se supone, no cometió. Hay
muchos casos que quedan impunes para siempre. Porque, como suele decir el
comisario retirado Daniel Salcedo, no existe el crimen perfecto. Lo que existen
son investigadores imperfectos.
Publicado en la edición Nº 76 de la revista El Guardián.