Del matrimonio conformado por Lionel Dahmer y Joyce Flint nació el 21 de mayo de 1960 Jeffrey, el mayor de dos hermanos, en Milwaukee, en Wisconsin, Estados Unidos. De pequeño sintió curiosidad por indagar en cómo era un cuerpo por dentro, hasta que un día seccionó un pez y quedó admirado por su interior.
Su primer crimen lo cometió a los 18 años. Mientras circulaba se encontró a Steven Hicks y lo llevó a su casa. Allí decidió que le gustaba, pero Hicks intentó irse. Con la barra de una pesa lo golpeó en la cabeza y el joven secuestrado murió. Luego lo desmembró y lo puso en bolsas de plástico y las metió en su coche con intención de tirarlas. A medio camino lo detuvo la policía y le preguntaron por las bolsas. Dahmer contestó que era basura y le creyeron. Así, logró escapar.
Se detuvo por un tiempo pero más adelante continuó. Según el criminólogo Robert K. Ressler, Dahmer era una persona normal que al ingresar a su departamento perdía el control de sus actos. Así asesinó asesino a varios hombres. El carnicero se excitaba teniendo el poder absoluto, por ellos los dejaba agonizando. Llegó a agujerar con un taladro el cerebro de sus víctimas para inyectarles ácido.
En el juicio argumentó que experimentaba con el fin de
lograr crear un “zombi sexual” con el cual quedarse, pero sus constantes
fallidos hicieron que terminara matando a sus amantes y buscando nuevas formas
de lograr su cometido.
El 22 de julio de 1991, Tracy Edwards, su última víctima,
consiguió escapar esposado. La policía fue al apartamento del hombre que lo
había esposado y al revisar la habitación descubrieron fotografías de
cadáveres, restos humanos y una cabeza en el congelador; también encontraron las
paredes llenas de sangre, cuerpos mutilados, siete cráneos y huesos. Todo
de sus víctimas, salvo algunas partes que se había comido. Fue enjuiciado y
condenado. Pero durante su segundo años de prisión fue acuchillado por otro
interno y murió de camino al hospital.
Lo que más llamó la atención de los investigadores fue que
en la población, Dahmer causaba admiración. Tanto que, en el penal, la
gente hacía colas para llevarle ropa y comida, una excusa perfecta para conocer
en persona a uno de los máximos asesinos seriales de la historia de Estados
Unidos.
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